Eran pa mi cuenta cincuenta reales
los que me faltaron pa pagar la trampa
del repartimiento que hizo el munecipio,
que obrando en concencia debieron borrarla;
porque pa aliviarse los que están arriba
dejan sobre el probe rescullar la carga.
Pa halear pa alante con casa y con hijos
y tener resuello pa pagar mi trampa,
merqué mi burrucho, que pagué en seis meses
pasando miserias que naide pasara.
Bien con las basuras que uno arrecogía,
bien llevando cargas
u en cualquier cosaEran pa mi cuenta cincuenta reales
los que me faltaron pa pagar la trampa
del repartimiento que hizo el munecipio,
que obrando en concencia debieron borrarla;
porque pa aliviarse los que están arriba
dejan sobre el probe rescullar la carga.
Pa halear pa alante con casa y con hijos
y tener resuello pa pagar mi trampa,
merqué mi burrucho, que pagué en seis meses
pasando miserias que naide pasara.
Bien con las basuras que uno arrecogía,
bien llevando cargas
u en cualquier cosa
que se presentara,
hoy con dos comías, mañana con una,
iba con mil penas sacando mi casa.
Pos de esta manera metío en rutina
seguí chaspeando, cuando una mañana,
en un atumóvil se me presentaron,
pa embargarme el burro por aquella trampa,
más gente del fisco
que fuera hecho falta
pa atrapar un preso
que se escabullara.
Mis hijos, huyendo, se me esparramaron;
yo sentí temblores; mi mujer lloraba.
y como las leyes
hay que respetarlas...
vide a mi burrucho salir del cortijo...
y vede en el lomo ponerle mi manta...
y vide dos hombres montarse dencima
sin que a mí los labios se me despegaran.
-Cumplimos la Ley- dijo el que hacía punta
mientras los papeles otro emborronaba.
Y yo, sin quitarle los ojos al burro,
viendo en sus costillas romperle una vara
dasta que traspuso sin dejar más rastros
que la polvarea que se alevantaba,
contestando al dicho del que punta hacía,
le dije con calma:
-Si asina las leyes
tienen las entrañas,
vaya el burriquillo aonde Dios lo ampare;
¡qué vamos a hacerle! Quien paga descansa.
Cuando ya se fueron los hombres tranquilos
de cumplir las cosas que la leyes mandan
y nus ajuntemos la familia entera
y vide a mis hijos meterse en la cuadra
pa llorar el burro, fuera deseao
que se abriera el suelo pa que me tragara.
Pero...¡no lo creyera lo que aluego supe
cuando fui al pueblo! Que, hecha la subasta,
yo no sé el asunto cómo lo enrearon
que faltó dinero pa pagar la trampa.
-Mira, Juan Celipe- Mi mujer me dijo
cuando supo aquello-, ¡vamonos de España;
que allá en los Brasiles no falta el trebajo
u una es de la tierra aonde el pan se gana!
Sí que le hice el gusto; que arreglé papeles
y en el primer barco que gente embarcaba
salimos pitando pa la tierra aquella
cruzando los mares, llenos de esperanza.
Un año pasemos con grandes anchuras.
Pero... ¡no es creío lo que en tierra extraña
se quiere al terruño aonde se ha nacío!
Las comías güenas nus paecieron malas;
ni gustaba el fruto, ni alegraba el cielo,
ni animaba el aire que se respiraba.
Yo to lo sufría. Pero ya una noche,
besando a sus hijos, que también lloraban,
mi mujer me dijo: -Mira Juan Celipe...,
no tomes dijusto..., me encuentro mu mala;
yo tuve la culpa, pero ¡no te enfades!,
manque güelva el hambre... ¡vámonos a España!
Y yo tenía los mesmos deseos
porque tos los días derramaba lágrimas,
me metí en el barco con mas alegría
que un pájaro preso que rompe su jaula.
Y a España golvimos. Y llegue a la tierra
aonde si por poco se me sale el alma
de las mesmas cosas que sentí en el pecho,
que si sé sentirlas, no sé desplicarlas.
Por suerte encontremos el mesmo cortijo;
y a las pocas horas nació mi zagala,
como si su madre le fuera advertío
con el pensamiento que al caso aguardara
pa que el sol primero que sus ojos vieran
fuera el sol de España.
Pero ya venía mi mujer enferma
que las malas aguas,
de los sufrimientos
que agotan y matan.
Y manque remedios busqué sin descanso
y agoté recursos, no pude salvarla;
y en mis mesmos brazos una tarde triste
sentí de su boca salírsele el alma.
Al quear sin madre mi nena pequeña,
pa que no muriera le merqué una cabra,
que ni una persona tiene más saberes ni tiene mas gracia
pa poner sus pechos a una criaturica
como aquella cabra.
Y en aquella vida de dolor y briega,
faltando a mis ojos el sol de mi casa,
una tarde siento dar un bocinazo
al mesmo atumóvil de aquella mañana.
¡Era que venían
a cobrar el resto de mi vieja trampa!
Cuando me pidieron la cuenta, les dije:
-Señores, lo siento; no puedo pagarla.
y aquel testarúo
de conciencia avara
que siempre hacía punta le dijo a los otros:
-¡Embargar la cabra!
Sentir aquel dicho y acuir de golpe
la sangre a mis ojos como si cegaran,
fue cosa de un tiro. -¿Que cabra? -les dije
temblando-. ¿Que cabra?
¿La que sirve a mi hija de madre? Pos oyan:
amarrá a la estaca
la tenéis... ¡Quien quiera
que pruebe a soltarla!
Cuando dije aquello, no era yo presona;
tenía la faca
que me daba saltos su puño en los deos.
Y al verme la cara...,
¡que gesto verían que sin resollarme,
rompiendo papeles, golvienron la espalda
y se transpusieron en el atumóvil
como se trasponen esas nubes malas!
Cuando al poco tiempo me dieron trebajo
y mis zagalicos algo me ayuaban,
los primeros cuartos que tuve de sobra
los metí en mi faja
y andando andandico,
sin que me buscaran,
me metí en el pueblo
pa pagar la deuda que en pagar estaba.
que se presentara,
hoy con dos comías, mañana con una,
iba con mil penas sacando mi casa.
Pos de esta manera metío en rutina
seguí chaspeando, cuando una mañana,
en un atumóvil se me presentaron,
pa embargarme el burro por aquella trampa,
más gente del fisco
que fuera hecho falta
pa atrapar un preso
que se escabullara.
Mis hijos, huyendo, se me esparramaron;
yo sentí temblores; mi mujer lloraba.
y como las leyes
hay que respetarlas...
vide a mi burrucho salir del cortijo...
y vede en el lomo ponerle mi manta...
y vide dos hombres montarse dencima
sin que a mí los labios se me despegaran.
-Cumplimos la Ley- dijo el que hacía punta
mientras los papeles otro emborronaba.
Y yo, sin quitarle los ojos al burro,
viendo en sus costillas romperle una vara
dasta que traspuso sin dejar más rastros
que la polvarea que se alevantaba,
contestando al dicho del que punta hacía,
le dije con calma:
-Si asina las leyes
tienen las entrañas,
vaya el burriquillo aonde Dios lo ampare;
¡qué vamos a hacerle! Quien paga descansa.
Cuando ya se fueron los hombres tranquilos
de cumplir las cosas que la leyes mandan
y nus ajuntemos la familia entera
y vide a mis hijos meterse en la cuadra
pa llorar el burro, fuera deseao
que se abriera el suelo pa que me tragara.
Pero...¡no lo creyera lo que aluego supe
cuando fui al pueblo! Que, hecha la subasta,
yo no sé el asunto cómo lo enrearon
que faltó dinero pa pagar la trampa.
-Mira, Juan Celipe- Mi mujer me dijo
cuando supo aquello-, ¡vamonos de España;
que allá en los Brasiles no falta el trebajo
u una es de la tierra aonde el pan se gana!
Sí que le hice el gusto; que arreglé papeles
y en el primer barco que gente embarcaba
salimos pitando pa la tierra aquella
cruzando los mares, llenos de esperanza.
Un año pasemos con grandes anchuras.
Pero... ¡no es creío lo que en tierra extraña
se quiere al terruño aonde se ha nacío!
Las comías güenas nus paecieron malas;
ni gustaba el fruto, ni alegraba el cielo,
ni animaba el aire que se respiraba.
Yo to lo sufría. Pero ya una noche,
besando a sus hijos, que también lloraban,
mi mujer me dijo: -Mira Juan Celipe...,
no tomes dijusto..., me encuentro mu mala;
yo tuve la culpa, pero ¡no te enfades!,
manque güelva el hambre... ¡vámonos a España!
Y yo tenía los mesmos deseos
porque tos los días derramaba lágrimas,
me metí en el barco con mas alegría
que un pájaro preso que rompe su jaula.
Y a España golvimos. Y llegue a la tierra
aonde si por poco se me sale el alma
de las mesmas cosas que sentí en el pecho,
que si sé sentirlas, no sé desplicarlas.
Por suerte encontremos el mesmo cortijo;
y a las pocas horas nació mi zagala,
como si su madre le fuera advertío
con el pensamiento que al caso aguardara
pa que el sol primero que sus ojos vieran
fuera el sol de España.
Pero ya venía mi mujer enferma
que las malas aguas,
de los sufrimientos
que agotan y matan.
Y manque remedios busqué sin descanso
y agoté recursos, no pude salvarla;
y en mis mesmos brazos una tarde triste
sentí de su boca salírsele el alma.
Al quear sin madre mi nena pequeña,
pa que no muriera le merqué una cabra,
que ni una persona tiene más saberes ni tiene mas gracia
pa poner sus pechos a una criaturica
como aquella cabra.
Y en aquella vida de dolor y briega,
faltando a mis ojos el sol de mi casa,
una tarde siento dar un bocinazo
al mesmo atumóvil de aquella mañana.
¡Era que venían
a cobrar el resto de mi vieja trampa!
Cuando me pidieron la cuenta, les dije:
-Señores, lo siento; no puedo pagarla.
y aquel testarúo
de conciencia avara
que siempre hacía punta le dijo a los otros:
-¡Embargar la cabra!
Sentir aquel dicho y acuir de golpe
la sangre a mis ojos como si cegaran,
fue cosa de un tiro. -¿Que cabra? -les dije
temblando-. ¿Que cabra?
¿La que sirve a mi hija de madre? Pos oyan:
amarrá a la estaca
la tenéis... ¡Quien quiera
que pruebe a soltarla!
Cuando dije aquello, no era yo presona;
tenía la faca
que me daba saltos su puño en los deos.
Y al verme la cara...,
¡que gesto verían que sin resollarme,
rompiendo papeles, golvienron la espalda
y se transpusieron en el atumóvil
como se trasponen esas nubes malas!
Cuando al poco tiempo me dieron trebajo
y mis zagalicos algo me ayuaban,
los primeros cuartos que tuve de sobra
los metí en mi faja
y andando andandico,
sin que me buscaran,
me metí en el pueblo
pa pagar la deuda que en pagar estaba.
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